Juan José Martínez es un antropólogo de El Salvador que logró entrar en una de las pandillas más peligrosas del mundo, la Mara Salvatrucha (MS-13), y pasó allí un año, de enero a diciembre de 2010. Salvatrucha "tiene sitiado al país y a toda la región" y su enfrentamiento con Barrio 18 durante muchos años causa la muerte de miles de personas, publica el periódico español 'El Confidencial', y agrega que en 2015 este número llegó a las 6.670 personas. Martínez describió su experiencia insólita en el libro 'Ver, oír y callar'.
"Él, acostumbrado a manejar números en informes universitarios encargados desde varios puntos del planeta, necesita darles una explicación, ponerles nombre", reza el artículo, así que tuvo la valentía de entrar en la pandilla. Le costó meses ponerse en contacto con los mareros y al final "se rodeó de violaciones, palizas, torturas y ajustes de cuentas indiscriminados".
Se estima que en El Salvador hay alrededor de 100.000 mareros en activo y un millón de personas que prestan ayuda o se cobijan bajo su sistema.
Los ciudadanos corren riesgo de ser extorsionados con el llamado 'renteo', impuesto revolucionario que paga el grueso de la población, revela el periódico. "Todo lo que se mueve es motivo de extorsión. La gente vive en un tremendo estado de alerta y de estrés", sostiene.
Martínez obtuvo su experiencia en el distrito Mexicanos en San Salvador y allí vio que los miembros de una pandilla tratan a sus compañeros como familia. "Chicos de personalidad dúctil que, captados desde jóvenes como simples informantes promocionan con velocidad a la cúpula ante el continuo tráfico de ataúdes", reza el periódico.
"Las pandillas provienen de finales de los ochenta, cuando los salvadoreños empezaron a instalarse en Los Ángeles emigrados por la guerra (que duró de 1979 a 1992). Allí se repartieron en calles, generalmente segregadas por nacionalidades. Cuando los deportaron, volvieron a un país del que no sabían casi nada y cuyo tejido social estaba irremediablemente roto. Calcaron el modelo y han ido mutando hasta diseminarse y controlar todo Centroamérica […] Ahora son pandillas de delincuentes sin una estructura planificada. Actúan de forma anárquica, sin medios ni comida y sin apenas comunicación entre los grupos. Y necesitan la confrontación, al contrario que el narco", explica Martínez.
"La lógica de las maras sigue siendo la misma. Un puñado de jóvenes jugando a la guerra. Jugando a matarse […] No se ha conseguido nada [en el Salvador]. El Estado no lo entiende porque lo ve desde muy lejos. Mientras, el pueblo se divide en un amor-odio hacia las maras. Por un lado, atemorizan al país, pero por otro están las disputas intrafamiliares, la policía, los grupos de exterminio formados por excombatientes, los ladrones que se rinden a ellas y que tampoco los quiere nadie", escribe Martínez.
"Es uno de los fenómenos que más afecta a la vida de la población y sobre todo de las poblaciones subalternas, que son los que siempre 'pagan el pato'. Y es la labor de los académicos aportar información para que se hagan mejores políticas públicas", concluye el antropólogo.